otra vez
cuando a uno lo han asaltado más de dos veces en la ciudad de México, piensa que ya superó la estadística. que esas cosas (del asalto a mano armada, del semisecuestro en taxi, del asalto al microbús, del asalto en el metro), pues ya no tiene por qué temer. piensa uno que su vida ha cumplido cabalmente con todos los rituales de despojo y de malos modales de pedir dinero. pero, vaya a usted a saber por qué, el caso es que te metes al metro en una hora pico y cometes el error de colocarte en una de las zonas de mayor concentración. sabes que acabarás como sardina (pero no importa, piensas, bajaré rapidísimo, saldré de la estación y tomaré el autobús hasta pachuca y en una hora y media, estaré cómodamente sentado frente a la computadora haciendo lo que tengas que hacer) pero aún así, te metes porque estás leyendo una parte medular de la novela en turno y quieres perder el menor tiempo posible en el transporte y aprovechar los espacios en blanco.
y te bajas, apurado, entusiasmado y listo a irte. llegas a la estación del autobús y pides tu boleto y escojes el asiento y el señor, que te conoce porque eres cliente habitual, te sonríe y te pregunta por la familia, el trabajo y el día que termina. tú contestas educadamente y con una sonrisa, pues ese rostro es tan familiar como tu computadora y sabes que sin su ayuda, no llegas a ninguna parte. pues bueno que te pide los 42 pesos del costo y ¡mierda! no traes la cartera, ni los billetes y sueltas una sarta de imprecaciones y juras por todos los dioses que si te encontraras con el malhechor, lo colgarías de los testículos atravesados por ganchos de cocina.... y te das cuenta de que tampoco traes una tarjeta telefónica y en ese momento maldices tu suerte por no haber comprado un móvil cuando podías. y revuelves tus cosas en busca de un boleto del metro que te permita moverte al lugar más amable del momento (tus amigos podrían prestarte unos billetes, pero será necesario conseguir una tarjeta o un billete de metro y después, sería necesario que se encontraran en la ciudad y que no hubieran salido a querétaro). no atinas a clasificar tu suerte (estúpida, podría ser la mejor manera) y te largas de la estación pensando qué haras...
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por fin te ilumina el cielo y te acuerdas de una pluma y la vendes por dos pesos y te lanzas al metro, para alcanzar el lado opuesto de la ciudad para llegar a una casa donde no están tus amigos y donde no podrás quejarte y tendrás que tragarte solo tu conraje, tu rabia y tu impotencia y quedas en la casa, frente a la computadora con ganas de llorar y maldiciendo la inseguridad y a los estúpidos gobernantes que no hacen más que puras idioteces y no resuelven ni la falta de empleo, ni la inseguridad, ni el cuidado del medio ambiente y esperas el siguiente día, pensando dónde carajos habrá un banco para cambiar un cheque, porque no hay muhcos que abran el sábado y ¡carajo! empieza a llover y no tienes ninguna gana de dormir solo de caminar hacia un lugar donde no sentirte tan solo y vacío y maldecido y jodido y piensas en O. en España y juras que nunca volverá a pasar y que se muera el tipo que te bajó el dinero... y piensas que tal vez te mereces lo que te pasa y que si no lo mereceieras por malo, lo mereces por imbécil y que Nancy estará pensando en que dormirás en casa y tú sin dormir junto a Matilde y pensar en Nancy y en Francia para siempre y basta.
y te bajas, apurado, entusiasmado y listo a irte. llegas a la estación del autobús y pides tu boleto y escojes el asiento y el señor, que te conoce porque eres cliente habitual, te sonríe y te pregunta por la familia, el trabajo y el día que termina. tú contestas educadamente y con una sonrisa, pues ese rostro es tan familiar como tu computadora y sabes que sin su ayuda, no llegas a ninguna parte. pues bueno que te pide los 42 pesos del costo y ¡mierda! no traes la cartera, ni los billetes y sueltas una sarta de imprecaciones y juras por todos los dioses que si te encontraras con el malhechor, lo colgarías de los testículos atravesados por ganchos de cocina.... y te das cuenta de que tampoco traes una tarjeta telefónica y en ese momento maldices tu suerte por no haber comprado un móvil cuando podías. y revuelves tus cosas en busca de un boleto del metro que te permita moverte al lugar más amable del momento (tus amigos podrían prestarte unos billetes, pero será necesario conseguir una tarjeta o un billete de metro y después, sería necesario que se encontraran en la ciudad y que no hubieran salido a querétaro). no atinas a clasificar tu suerte (estúpida, podría ser la mejor manera) y te largas de la estación pensando qué haras...
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por fin te ilumina el cielo y te acuerdas de una pluma y la vendes por dos pesos y te lanzas al metro, para alcanzar el lado opuesto de la ciudad para llegar a una casa donde no están tus amigos y donde no podrás quejarte y tendrás que tragarte solo tu conraje, tu rabia y tu impotencia y quedas en la casa, frente a la computadora con ganas de llorar y maldiciendo la inseguridad y a los estúpidos gobernantes que no hacen más que puras idioteces y no resuelven ni la falta de empleo, ni la inseguridad, ni el cuidado del medio ambiente y esperas el siguiente día, pensando dónde carajos habrá un banco para cambiar un cheque, porque no hay muhcos que abran el sábado y ¡carajo! empieza a llover y no tienes ninguna gana de dormir solo de caminar hacia un lugar donde no sentirte tan solo y vacío y maldecido y jodido y piensas en O. en España y juras que nunca volverá a pasar y que se muera el tipo que te bajó el dinero... y piensas que tal vez te mereces lo que te pasa y que si no lo mereceieras por malo, lo mereces por imbécil y que Nancy estará pensando en que dormirás en casa y tú sin dormir junto a Matilde y pensar en Nancy y en Francia para siempre y basta.
5 comentarios
Guadalupita -
Cuatilu -
Te quiero
malu -
Mas que suerte, te deceo prudencia chingao!
Anónimo -
Paco -
No necesitas obrar mal para que se te pudra el tamal
:)
Tus chocoaventuras son inverosímiles de tan pendejas.
Animo