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sigo caminando

Después de casi 1,166,832,000 segundos, sigo transportándome en camiones públicos, metro (cuando estoy en la ciudad de México), pero sobre todo, camino. Camino como endemoniado. Veo un sinfín de personas diariamente; mis pies han pasado por billones de centímetros lineales y mis manos han tomado tantos segmentos de pasamanos, que en algunas líneas del metro y de camiones, podría reconocer la unidad con sólo el tacto.
Hay lugares en los que podría reconocer cada una de las personas con las que me cruzo cada día. Tengo ojos aguzados para todos ellos. Incluso soy capaz de detectar el estado de ánimo en el que se encuentran por el sólo atuendo que llevan o por la mirada que presentan. He visto surgir noviazgos en el metro; rompimientos en alguna mesa de café o en plena calle y después, he visto caminar con desánimo a cada una de las partes o llorar descosoladamente a una de ellas. También he visto a algún enamorado ver perderse a su amada entre las calles y sostener la mirada aún después de haber perdido de vista al objeto de su deseo.
En los andurriales por los que suelo caminar, he visto crecer imperios comerciales y también he presenciado la caída de negocios que parecían fructíferos y prometedores.
Supongo que todo esto es común para muchísimas personas en el planeta tierra. Incluso en esta ciudad o en cualquier otra con más de cinco millones de almas congregadas. Pero he de confesar que me he visto caminar por las calles de los más diversos lugares. Una vez me vi, con esta figura extraña, desencajada, enjuta pero con panza fenomental, bajo un sol fulgurante camino a Aguascalientes, sobre la carretera y con la vista perdida en los restos de un perro aplastado en medio del asfalto. Me he visto durmiendo bajo un puente maltrecho en San Juan del Río y me he descubierto bebiendo en el interior de un bar lujoso, en Monterrey rodeado de personas que jamás he conocido. He divisado mi figura en medio de una construcción a medias, cargando dos bultos de cemento que parecían doblarme las rodillas por el revés. Sobre las rodillas de una anciana, mis ojos detectaron una foto mía, en calzones y con la mirada asustada de quein no sabe qué sucederá al concluir el flash. Algunos de mis primeros poemas, los escribí al amparo de mis pasos perdidos en la Habana Vieja un día perdido en Agosto. Nunca me descubrí en Nueva York o en Lisboa, pero en Real de Catorce, después de masticar un peyote centenario, sobrevolé la ciudad de Oaxaca y me vi de la mano con ella... lo más triste es que nunca me he visto escribiendo algo que valga la pena, haciendo algo que le guste a Macutena, diciendo algo que le agrade a Macutena o resolviendo algo que necesite Macutena.

Sigo pues, caminando, a pesar de los 1,166,832,000 segundos, que podrían ser, al mismo tiempo, la cifra de mis errores.

Buenas noches.

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